AMOR EN EL MUNDO ANTIGUO II
Continuamos con escritos amorosos:
« Anillo, que vas a ceñir el dedo de mi hermosa amada, que no tienes otro valor sino el cariño del que te entrega. ¡Ojalá seas un grato regalo! Que recibido con corazón alegre, al punto te ponga ella en su mano. ¡Que te ajustes tan exactamente como yo me ajusto a ella y que con tu exacta medida le roces por completo el dedo! A tu vez, afortunado anillo, serás manoseado por la dueña de mi corazón. ¡Ya tengo celos, infeliz de mí, de mi propio regalo! ¡Ojalá, por las artes de Circe o de Proteo, pudiera convertirme de repente en mi propio obsequio! Entonces desearía que tú, amada mía, te tocaras los pechos y que te metieras la mano izquierda bajo la túnica: por más ajustado y fijo que estuviera, me escurriría de tu dedo y, suelto, me dejaría caer con sorprendente habilidad en tu sexo. (...). Pero si me entregas para que me guarden en un cajón, rodeándote con más fuerza, me negaré a salir de tu dedo. No voy a ser para ti, vida mía, motivo de deshonra ni una carga que tu delicado dedo se niegue a llevar. Tenme junto a ti cuando bañes tu cuerpo con cálidas aguas y no te importe el daño del agua que pueda pasar bajo la gema. Pero ante tu desnudez, estoy seguro, se alzará mi miembro lleno de deseo y, convertido en anillo, cumpliré mi papel de arón. ¿Por qué deseo cosas imposibles? Vete ya, pequeño obsequio: que ella comprenda que contigo le entrego mi fidelidad» (Ovidio, Am., II, 15).
" ¡Vivamos y amémonos, Lesbia mía, e impórtennos un comino las murmuraciones todas de los viejos demasiado severos Los días pueden morir y renacer: pero nosotros, una vez se haya extinguido nuestra breve vida, debemos dormir una noche perpetua."
"Dame mil besos, luego cien, después otros mil, luego cien más, luego otros mil, después cien; por fin, cuando Layamos sumado muchos miles, embrollaremos la cuenta para no saberla y para que ningún envidioso nos pueda echar mal de ojo cuando sepa que nos hemos dado tantos besos" (Catulo, 5).
"¡Cuánto llegué yo a gozar la pasada noche! ¡Sería inmortal, si obtengo otra noche semejante! (...) ¡Oh, feliz de mí! ¡Oh, noche para mí resplandeciente, y tú, oh, lecho transformado en gozo para mis delicias! ¡Cuántas palabras nos dijimos junto a la luz de la lámpara y cuántas risas hubo después de apagada la luz! Unas veces con los pechos desnudos, me hostigaba en amorosa lid, y otras, con la túnica puesta, hacíamos una pausa. Ella abrió con su boca mis ojos cerrados por el sueño, y dijo: "; Así es, perezoso corno haces el amor?" ¡Con qué variedad de abrazos estuvimos estrechándonos! ¡Cuán largo rato se detuvieron mis besos en tus labios! No está bien echar a perder el placer moviéndose a oscuras; por si no lo sabes, los ojos son los guías del amor. Se dice que Paris se enamoró perdidamente de Helena cuando, desnuda, salía del lecho de Menelao. También cuentan que, desnudo, cautivó Endimión a la hermana de Apolo y que se acostó con la diosa, desnuda también. Y si, obstinadamente, te acostaras vestida, rasgada la túnica, experimentarías mis manos" (Propercio, 11, 15).
"¿Qué vida, qué placer hay al margen de la áurea Afrodita?
Morirme quisiera cuando ya no me importen
el furtivo amorío y sus dulces presentes y el lecho,
las seductoras flores que da la juventud
a los hombres y mujeres. [...]"(Mimnermo de Colofón, 1 D)
"Al fin me llegó el amor, y es tal que ocultarlo por pudor,
antes que desnudarlo a alguien, peor reputación me diera.
Citerea, vencida por los ruegos de mos Camenas,
me lo trajo y lo colocó en mi regazo.
Cumplió sus promesas Venus: que cuente mis alegrías
quien diga que no las tuvo propias.
Yo no querría confiar nada a tablillas selladas,
para que nadie antes que mi amor lo lea,
pero me encanta obrar contra la norma, fingir por el qué dirán
me enoja: fuimos la una digna del otro, que digan eso".(Sulpicia, Elegía IV, 7)
RECIPROCIDAD DEL AMOR
"No siempre la mujer con amor falso suspira: cuando el cuerpo de su amante contra su seno aprieta entre sus brazos; cuando sus labios húmedos imprimen besos que fluyen el deleite, entonces su amor es verdadero, y deseosa de gozar el placer común a entrambos, le incita a que concluya la carrera del amor. [...]
¿Por ventura no ves también aquellos que un deleite recíproco ayuntara en mutua ligadura atormentados? ¿Y queriendo los perros desligarse, en las encrucijadas muchas veces cada uno tira mucho por su parte cuando los tiene Venus aún pegados con fuertes ataduras? No lo harían si no fueran comunes los contentos que en aquel dulce lazo los unieron, teniéndolos a entrambos en prisiones. Sólo el placer recíproco es deleite." (Lucrecio, Sobre la naturaleza de las cosas, 1639)
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