ARACNE
Pierre Grimal, Diccionario de mitologia griega y romana. Paidós, 1982.
"Y dirige sus propósitos hacia el destino de Aracne de Meonia, que, según había llegado a sus oídos, no se consideraba inferior a ella en el arte de tejer la lana. Su fama no se debía ni a la posición ni al origen de su familia, sino a su propia habilidad; su padre era Idmón de Colofón, que se dedicaba a teñir la esponjosa lana con púrpura de Focea, y su madre había muerto, pero también ella había sido una mujer del pueblo, igual que su marido. No obstante, con su esfuerzo Aracne se había ganado un gran renombre en las ciudades de Lidia, a pesar de haber nacido en una casa humilde y de vivir en la humilde Hipepas. Muchas veces abandonaron sus viñedos las ninfas del Tmolo, y las ninfas del Pactolo abandonaron sus aguas para ir a ver su maravilloso trabajo. Y no sólo era un deleite ver las prendas ya acabadas, sino también ver cómo las hacía: tanta era la belleza de su arte. Tanto cuando hacía los primeros ovillos con la lana sin cardar como cuando la trabajaba con los dedos y alisaba una y otra vez los copos, parecidos a nubes, en largas piezas, cuando hacía girar el torneado huso con el ágil pulgar o cuando bordaba con la aguja, se veía que era alumna de Palas. Pero ella lo niega, y tan gran maestra le parece una ofensa, y dice: «¡Que compita conmigo! A nada me negaré si me vence.»
Palas se disfraza de anciana: coloca en sus sienes falsas canas y apoya en un bastón sus débiles miembros. Después empieza a hablar: «En la vejez no hay sólo cosas malas: de la edad tardía nace la experiencia. Así que no te burles de mi consejo: busca la gloria de ser la primera entre las mortales en las labores de la lana, pero cede ante la diosa, y ruégale con voz suplicante que perdone tus palabras, oh temeraria: ella te perdonará si se lo pides.» Aracne le lanza una torva mirada, suelta los hilos que había comenzado, y conteniendo a duras penas su mano, con airado semblante, responde con estas palabras a Palas oculta bajo su disfraz: «¡Desvariando vienes a aconsejarme, y acabada por los años: vivir mucho tiempo también es perjudicial! ¡Dile esas palabras a tu nuera, si es que tienes una, o a tu hija, si es que tienes! Yo tengo suficiente consejo en mí misma, y no creas que has conseguido algo con tus advertencias: sigo pensando lo mismo que antes. ¿Por qué no viene ella misma? ¿Por qué evita competir conmigo?» Entonces la diosa dice: «¡Ha venido!», y despojándose de la figura de anciana, muestra a Palas. Las ninfas y las mujeres de Migdonia veneran a la divinidad; la muchacha es la única que no tiene miedo, aunque sí se sobresaltó, y su rostro mostró, sin querer, un repentino rubor que inmediatamente volvió a desaparecer. Lo mismo le ocurre al aire, que se tiñe de rosa cuando empieza a surgir la aurora, y al poco tiempo se torna blanco con la salida del sol. Ella insiste en su propósito, y un necio deseo de gloria la hace precipitarse hacia su ruina: en efecto, la hija de Júpiter ya no se rehúsa, ni le da más consejos, ni pospone el enfrentamiento.
Sin más demora, cada una ocupa su puesto en un lugar distinto, y con sutiles hilos empiezan a tender la urdimbre. La urdimbre está sujeta al enjulio, el travesaño mantiene separados los hilos, las afiladas lanzaderas introducen la trama que los dedos luego acomodan, y pasándola entre los hilos los cortos dientes del peine la comprimen a cada golpe. Ambas trabajan a toda prisa y mueven sus brazos expertos con los vestidos recogidos sobre el pecho, y el ahínco borra la fatiga. Allí entretejen púrpura que ha conocido los calderos de Tiro, tenues matices de color apenas distinguibles, como aquéllos con los que el arco iris, cuando los rayos del gol atraviesan las gotas de lluvia, suele teñir el vasto cielo con amplia curvatura: aunque mil colores distintos dentellean en él, el ojo que los observa no puede distinguir el paso de uno al otro, tanto se parecen los que se tocan, aunque los extremos son distintos. Entretejen también flexibles hilos de oro, y sobre la tela se va desarrollando una antigua historia.
Palas representa la fortaleza de Marte en la ciudadela de Cécrope, y la antigua disputa por el nombre de la ciudad. Doce dioses, con Júpiter en medio, están sentados con aire solemne sobre altos escaños; el aspecto de cada dios indica su identidad: Júpiter es la figura de un rey; al rey de los mares lo presenta de pie, en el acto de golpear la roca con su largo tridente y de hacer salir un mar de la grieta abierta en la piedra, prueba para reivindicar para sí la ciudad; a sí misma se representa con el escudo, con la lanza de afilada punta y con el yelmo en la cabeza; la égida protege su pecho, y hace ver cómo la tierra, golpeada por la lanza, genera un retoño de olivo cargado de blanquecinos frutos, ante el asombro de los demás dioses. Su victoria da fin a su obra.
Pero para que su rival comprenda con algún ejemplo qué es lo que le espera por tan terrible atrevimiento, añade en las cuatro esquinas las escenas de cuatro certámenes, representadas, en colores vivaces, con pequeñas figuras. En una de las esquinas están la tracia Ródope y Hemo, ahora montes helados, pero antes cuerpos de mortales, que se atribuyeron a sí mismos los nombres de los dioses. En otra parte aparece el triste final de la reina de los pigmeos: Juno, tras vencerla en una contienda, la obligó a convertirse en grulla y a hacerle la guerra a su propio pueblo. También dibujó a Antígona, que habiéndose atrevido a enfrentarse a la esposa del gran Júpiter fue convertida en pájaro por la regia Juno; y de nada le sirvió ser troyana e hija de Laomedonte: cubierta de plumas blancas, se aplaude a sí misma con el castañeteo de su pico de cigüeña. En la única esquina que queda está Cíniras privado de su progenie, y abrazado a las escaleras del templo, que antes fueron los cuerpos de sus hijas, se le ve llorar tendido sobre el mármol. Los bordes los rodea con ramas de olivo, símbolo de paz: esa es la orla, y así, con su árbol, pone fin a su obra.
Aracne dibuja a Europa engañada por la figura del toro: se diría que es un toro de verdad, y que el mar es real. Ella parecía mirar hacia la costa que quedaba atrás y llamar a sus compañeras, mientras recogía los pies, temerosa, por miedo a tocar el agua que choca y salpica. También representa a Asterie raptada por el águila contra su voluntad, y a Leda recostada bajo las alas del cisne; añade también la ocasión en que Júpiter, oculto bajo la apariencia de sátiro, deja embarazada de dos gemelos a la bella Nicteida, y también cuando, convertido en Anfitrión, te poseyó a ti, Tirintia; cuando engañó a Dánae transformado en oro, a la hija del Asopo transformado en fuego, a Mnemósine como pastor, y a la hija de Ceres como jaspeada serpiente. También a ti, oh Neptuno, transformado en fiero novillo, te puso sobre la virgen Eolia: con el semblante de Enipeo generas a los aloídas, como carnero engañas a la hija de Bisaltes. También la dulcísima madre de las mieses, de rubia cabellera, te conoció como caballo, la madre del caballo alado, con su cabellera de serpientes, te conoció como ave, y Melanto como delfín. Aracne reprodujo el semblante de todos ellos y el aspecto del lugar.
Allí está la figura de un Febo campesino, ora revestido de las plumas de una ave rapaz, ora de la piel de un león, ora cuando como pastor engaña a Ise, hija de Macareo. Allí está Líber cuando embaucó a Erígone como falsa uva, y Saturno cuando, convertido en caballo, procreó al biforme Quirón. Los bordes de la tela están rodeados por un estrecho margen de hojas de hiedra entretejidas con flores. Ni Palas ni la misma Envidia podrían criticar su obra. La rubia diosa guerrera no pudo soportar su éxito y rompió, celeste crimen, aquellas telas bordadas, y con la misma lanzadera de madera del Citoro que tenía en su mano golpeó en la frente una y otra vez a Aracne, hija de Idmón. La infeliz no pudo soportarlo e, intrépida, se ató una soga al cuello: cuando Palas la vio colgada se apiadó y la sostuvo, y le dijo: «Vive, pues, desvergonzada, pero seguirás colgada; y para que no te creas a salvo en el futuro, este castigo recaerá sobre tu estirpe, hasta tus últimos descendientes.» Luego, al marcharse, la roció con jugo de acónito, la hierba de Hécate inmediatamente, al contacto con el funesto fármaco, sus cabellos cayeron deshechos, al igual que la nariz y las orejas, su cabeza se hizo diminuta, y todo su cuerpo se empequeñeció. De los costados cuelgan delgados dedos en lugar de las piernas, y todo lo demás lo ocupa el vientre, desde el que, no obstante, ella, una araña, sigue soltando un hilo con el que, como antes, elabora sus telas"
Finis!
3 comentarios:
¡Qué escalofriante metamorfosis!
charo que preciosas las historias me tienes cada vez mas fascinada con las que vas poniendo, mil besos
Los clásicos y sus leyendas nos cautivan a tod@s.
Bss
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